Somos los padres de Queralt, una niña que actualmente tiene 8 años. Con 18 meses de edad le diagnosticaron una leucemia linfoblástica aguda.

Pasamos por un primer tratamiento de dos años, al cabo de unos pocos meses de terminarlo, por una primera recaída, y otro largo periodo de tratamiento (incluido un ensayo clínico) para entrar en remisión y poder realizar el primer trasplante de médula ósea. Pasado un año llegó la segunda recaída, otro periodo de tratamiento (y otro ensayo clínico) y un segundo trasplante de médula.

Entre las paredes del Hospital y rodeada de médicos, Queralt fue creciendo y creando conciencia de todo lo que estaba pasando. Recuerdo un día por la noche que me preguntó qué pasaba cuando una persona se estaba muriendo. Cuando me hizo esa pregunta me aterrorizó el imaginarme que le tenía que estar pasando por la cabeza a una niña de 5 años para que preguntara en qué consistía morirse, y si eso dolía mucho.

Allí estuvo Núria, pero no solo en ese momento, sino que estuvo desde que empezó nuestra lucha hasta el final.

Nuria y sus terapias nos acompañaron durante procesos muy duros, haciendo que Queralt dejara el mundo en el que vivía y se introdujera en un mundo de aventuras, donde todo lo que imaginaba podía crearlo desde pequeños personajes, con grandes dibujos donde ella contaba historias donde era la protagonista, y donde esos pequeños personajes podían hacer todo lo que la enfermedad no le permitió hacer.

Las sesiones de Arte Terapia junto a Núria hicieron que Queralt sonriera, y eran el momento más esperado de nuestras largas estancias hospitalizados, con ilusión de que Núria volviera por la planta otra vez, para continuar esa historia o ese dibujo buscando alargar siempre sus fantasías. Queralt siempre continuaba de un dibujo a otro, de un personaje hecho de arcilla a otro hecho de papel.

Muchas mañanas Queralt amanecía preguntando si ese día tocaba que viniera Núria, y si la respuesta afirmativa, la esperaba llena de alegría, motivada pensando en lo que podrían hacer juntas ese día.

Cuando nos decían que tendríamos que pasar ingresos largos para recibir tratamientos, ella era feliz porque así podría ver a Núria.

No sé hasta qué punto era consciente Núria de lo que sus sesiones de terapia hacían por mi hija.

Recuerdo un día que Queralt no se encontraba bien, no quería jugar, no quería hablar con nadie, solo estar tumbada en la cama. Ese día no quiso hacer nada hasta la última hora de la tarde, que encontré a Núria por el pasillo y me preguntó por Queralt. Al comentarle que estaba muy cansada y que llevaba todo el día en la cama, Núria dijo de pasarse solo a saludarla. Queralt nada más verla, cogió fuerzas de no sé dónde, se incorporó y le pidió a Núria que llevara papel y colores, y ella se puso a dibujar.

Cuantas anécdotas tengo para contar. Muchos años de agonía, pero Núria, tú le pusiste música, color, y tu voz dulce nos hizo compañía mientras nosotros recorríamos el túnel del horror.

Infinitamente gracias, Núria.